«¡Ya sos grande, madura!». ¿Cuántas veces lo habremos escuchado? Vivimos inmersos en un mundo de «personas grandes», donde «importante» equivale a «serio», y aspiramos a tener todo el conocimiento y el status que la edad y la experiencia nos pueden dar.
Nos envuelve una soberbia que nos impide creer que podemos aprender de los más chicos, de los que no tienen tanto camino recorrido. ¿De que sirve estudiar, trabajar, aprender, sobre las cosas del mundo cuando nos perdemos la esencia de la vida? Muchas veces somos como aquellos discípulos que, creyendo saber todo, terminan siendo obstáculo para llegar a lo que realmente importa: Cristo. Y El nos muestra que es justamente a los más pequeños a quienes tenemos que imitar para ser dignos del Reino.
Basta de ocuparnos de aquello que nos distrae. El trayecto es difícil, pero muy sencillo: hacer presente a Dios en todo momento, con alegría, sin peros ni condiciones; acoger a Jesús, que se nos regala en todo momento, como niños ante un regalo.
Hoy, y siempre, Jesús nos invita a todos a acercarnos a Él, a buscarlo con esa curiosidad y sencillez de los niños que, sin darle vueltas, van al encuentro de Aquel que los llama.